El poder de los robiónicos by Ralph Barby

El poder de los robiónicos by Ralph Barby

autor:Ralph Barby
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción, Novela
publicado: 1977-11-30T23:00:00+00:00


CAPITULO VI

La amanecida era agradablemente fresca. No se escuchaba el aullido de los lobos y sí una sinfonía de trinos y gorjeos que componían diferentes aves que debían haber pasado la noche en las copas de los árboles que tanto abundaban.

Habían recogido todo el campamento y apagado el fuego, de forma que las cenizas no pudieran provocar un incendio que en aquel área de grandes bosques sería catastrófico.

—Tenemos que ir a ver qué les ha ocurrido a Hilma y a Cirus.

Donato asintió con un gruñido, sin el buen humor de otras veces.

Las muchachas, dispuestas a seguirles adonde quiera que fuesen, les observaron en silencio. Ara y Jora habían cuchicheado entre sí, como explicándose cuitas y tomando pequeñas decisiones y éstas quedaron refleja das al ponerse en marcha, pues Ara se situó al lado de Xaloy y Jora junto a Donato, el cual, tras mirarla de reojo, sonrió.

El camino de regreso a los restos de la nave espacial era relativamente fácil. Pisadas, ramas rotas, hierbas aplastadas, bastaba un poco de observación y no había posible pérdida.

Tras algo más de tres horas de rápida marcha en la que apenas se intercambiaron algunas palabras, arribaron al lugar donde la gran nave espacial siniestrada parecía fragmentada por la terrible caída, pese a la cual los tres astronautas habían conseguido salvar la vida, gracias a que la cabina de control estaba doblemente protegida contra impactos de posibles meteoritos.

—¡Cirus! —voceó Xaloy.

Había intentado repetidamente ponerse en contacto con los pequeños tele comunicadores sin hallar respuesta.

—¡Los robiónicos están allí, destrozados! —señaló Ara.

Se acercaron al otro gran fragmento de la nave espacial y pudieron ver más de cerca a los robiónicos destrozados.

—Ha habido lucha y Cirus se ha defendido —opinó Xaloy.

—Sí, pero ya no está —gruñó Donato.

—Habrán llegado muchos robiónicos, sorprendiéndoles —observó Jora, mirando las huellas.

—Ellos disparan unas redes con las que capturan a los siervos fugitivos —dijo Ara.

—Aquí hay señales de haber sido arrastrados. —Donato señaló el suelo y siguiendo el rastro, añadió—: Y aquí desaparecen.

—¿Cómo desaparecen? —preguntó Xaloy.

Donato, mirando en torno, opinó:

—Es como si hubieran subido a un vehículo que estuviera suspendido en el aire, sin tocar el suelo, una especie de hovercraft, esos vehículos que lo mismo circulan por encima de las aguas que por los pantanos o desiertos, sobre un colchón de aire.

—Es cierto; tienen unos vehículos que no tocan el suelo y que van muy de prisa —indicó Ara.

—¿Y ahora qué hacemos? Se han llevado a Cirus y a Hilma, pero no sabemos adónde. Un vehículo de esa clase no deja rastro.

—Iremos directamente al valle de la fortaleza, al corazón y al cerebro de ese repugnante imperio de los Élite.

—¿Cómo, cuánto tiempo tardaremos en llegar allá? No poseemos vehículos de transporte como los robiónicos, ahora sólo somos cuatro. ¿Qué podemos hacer?

—Seguir adelante, Donato,

—Es una estupidez, sólo iremos a buscar la muerte. Podemos recomenzar la vida en los bosques, construir nuestra propia fortaleza. Daremos cobijo a los siervos y siervas fugitivos y terminaremos haciendo nuestro propio ejército, que combatirá a los robiónicos de los Élite. Estamos muy lejos de ese valle fortaleza y parece inalcanzable.



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